martes, 26 de agosto de 2014
Cien años de un Cronopio que logro formar un jardín en el alma de cada uno de sus lectores, de esa piedrita inevitable en el zapato que nos molesto de la mejor forma, para estar con él por siempre, jugando como niños a la rayuela. Desde la tierra, hasta escalar número a número para llegar al cielo. Lugar desde donde nos mira, hace ya varios años, admirar su poesia y sus obras eternas en cada rincón del planeta. Sitios donde los cronopios juegan y sueñan y cada uno dentro de sus rumbos espera encontrar una flor para formar su propio jardín.
viernes, 22 de agosto de 2014
viernes, 15 de agosto de 2014
Me estoy atando los zapatos, contento, silbando, y de pronto la infelicidad. Pero esta vez te pesqué, angustia, te sentí previa a cualquier organización mental, al primer juicio de negación. Como un color gris que fuera un dolor y fuera el estómago. Y casi a la par ( pero después, esta vez no me enganás) se abrió paso el repertorio inteligente, con una primera idea explicatoria: "Y ahora vivir otro día, etc." De donde sigue: "Estoy angustiado porque.. etc."
Las ideas a vela, impulsadas por el viento primordial que sopla desde abajo (pero abajo es sólo una localización física). BAsta un cambio de brisa (¿pero qué es lo que cambia de cuadrante?) y al segundo están aquí las barquitas felices, con sus velas de colores. "Después de todo no hay razón para quejarse, che", ese estilo.
Me desperté y vi la luz del amaneer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
En ese segundo, con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación insoportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano.
Antes de volver a dormirme imaginé (vi) un universo plástico, cambiante, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto falta o se queda fijo o cambia de forma.
Ansié la dispersión de las duras constelaciones, esa sucia propaganda luminosa del Trust Divino Relojero.
Julio Cortázar, Rayuela. Cap. 67.
Las ideas a vela, impulsadas por el viento primordial que sopla desde abajo (pero abajo es sólo una localización física). BAsta un cambio de brisa (¿pero qué es lo que cambia de cuadrante?) y al segundo están aquí las barquitas felices, con sus velas de colores. "Después de todo no hay razón para quejarse, che", ese estilo.
Me desperté y vi la luz del amaneer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve como un vómito de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba.
En ese segundo, con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación insoportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano.
Antes de volver a dormirme imaginé (vi) un universo plástico, cambiante, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto falta o se queda fijo o cambia de forma.
Ansié la dispersión de las duras constelaciones, esa sucia propaganda luminosa del Trust Divino Relojero.
Julio Cortázar, Rayuela. Cap. 67.
lunes, 11 de agosto de 2014
DESENCUENTROS
Andar sin vernos por una ciudad, respirando lo toxico del
aire, de un aire por momentos negro del humo del escape de un colectivo, de un
aire que huele a podrido fruto de la acumulación de basura en una esquina,
causa del paro de la empresa recolectora de residuos. Así andamos a contramano,
tu por un lado y yo por el mío. A contramano pisando el charco de una baldosa
floja que acumulo el agua de la lluvia de la noche anterior. La lluvia que te
mojo camino a tu casa, la fría noche de ayer, en la que el viento te voló el
paraguas y saliste corriendo a buscarlo y volviste trayéndolo en la mano, con
las alambres dobladas, refugiándote esas dos cuadras que te separaban de tu
casa, en todo sitio posible. Y yo que pise la baldosa equivocada, la floja de
aquella vereda, la que logro salpicar mi pantalón y me detuvo por unos
instantes a secarlo con el pañuelo que llevaba en mi bolsillo trasero. Ese
freno impidió que llegue a la esquina en el mismo instante que vos pasabas,
cuando te dirigías a la librería en busca de aquel libro que te tenia fascinada
desde hacia días. Y cuando llegue y me debuto el colorado del semáforo solo
quedaba en el aire el aroma a ese perfume que enamoraría a cualquiera,
adolescentes y adultos, niños y ancianos. Aroma que impregno en el aire de la
cuidad por unos segundos una agradable fragancia, antes que la combustión de
los automóviles o el humo del puestito de garrapiñadas que estaba a metros de
ahí lograran que los olores se mezclaran en un todo. En ese momento sentí muy
mío ese aroma, hasta tuve los segundos necesarios para imaginarme la figura de
tal persona. Todo fue un instante y el verde me llevo con el gentío a cruzar la
calle y acercarme a mi oficina, sitio
que me iba a secuestrar y privar por unas horas, hasta las diecisiete horas,
para ser más exactos cuando sea el horario de salida, de quizás encontrarme con
ese alguien. Eran y punto, atrás quedo el saludo a los compañeros de oficina,
la tarde tenia un sol brillante, momento de seguir vagando por las calles hasta
chocarme con ese perfume, pero esta vez no solo con el aroma perdido en el aire
y sin dueño, como algo anónimo y sin paradero, sino con una fragancia
perteneciente a un nombre propio, al de una mujer que vaya a perfumar mis días
de ahora en más.
Gustavo Girardi
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