Un 12 de Febrero de 1984 hace treinta y dos años nos decia adios Juio Cortázar.
Uno se duerme; eso es todo. Nadie dirá jamás el instante
en que las puertas se abren a los sueños. Aquella noche me dormí como
siempre, y tuve como siempre un sueño. Sólo que…
Aquella noche soñé que me sentía muy mal. Que me moría
despacio, con cada fibra. Un horrible dolor en el pecho; y cuando
respiraba, la cama se convertía en espadas y vidrios. Estaba cubierto de
sudor frío, sentía ese espantoso temblor de las piernas que ya una vez,
años atrás… Quise gritar, para que me oyeran. Tenía sed, miedo, fiebre;
una fiebre de serpiente, viscosa y helada. A lo lejos se oía el canto
de un gallo y alguien, desgarradoramente, silbaba en el camino.
Debí soñar mucho tiempo, pero sé que mis ideas se tornaron
súbitamente claras y que me incorporé en la oscuridad, temblando todavía
bajo la pesadilla. Es inexplicable cómo la vigilia y el ensueño siguen
entrelazados en los primeros momentos de un despertar, negándose a
separar sus aguas. Me sentía muy mal; no estaba seguro de que aquello me
hubiera ocurrido, pero tampoco me era posible suspirar, aliviado, y
volver a un sueño ya libre de espantos. Busqué el velador y creo que lo
encendí porque los cortinados y el gran armario se anunciaron
bruscamente a mis ojos. Tenía la impresión de estar muy pálido. Casi sin
saber cómo, me hallé de pie, yendo hacia el espejo del armario con un
deseo de mirarme la cara, de alejar el inmediato horror de la pesadilla.
Cuando estuve ante el armario pasaron unos segundos hasta
comprender que mi cuerpo no se reflejaba en el espejo. Bien despierto,
habría sentido erizárseme el cabello, pero en ese automatismo de todas
mis actitudes me pareció simple explicación el hecho de que la puerta
del armario estaba cerrada y que, por lo tanto, el ángulo del espejo no
alcanzaba a incluirme. Con la mano derecha abrí rápidamente la puerta.
Y entonces me vi, pero no a mí mismo. Es decir, no me vi ante el espejo. Ante el espejo no había nada. Iluminado crudamente por
el velador estaba el lecho y mi cuerpo yacía en él, con un brazo
desnudo colgando hasta el suelo y la cara blanca, sin sangre.
Creo que grité. Pero mis propias manos ahogaron el alarido. No
me atrevía a darme vuelta, a despertar de una vez. Ni siquiera se
afirmaba en mi atonía la absurda irrealidad de aquello. De pie frente al
espejo que no devolvía mi imagen, seguí mirando lo que había a mi
espalda. Comprendiendo, poco a poco, que yo estaba en la cama y que
acababa de morir.
La pesadilla… No, no había sido eso. La realidad de la muerte. Pero cómo…
Del Cuento de Julio "Retorno de la noche"
aca completo http://mirandamolina.tumblr.com/post/23025225635/retorno-de-la-noche-julio-cort%C3%A1zar