A-mar
Lucio Galo
—
¿Escuchas Anto?
—
¿Qué?
— El mar, las olas rompiéndose en la costa.
— Escucho, también las gaviotas vuelan sobre
nosotros.
— ¡Qué maravilla! ¡Cuánta inmensidad! — El sol se iba perdiendo en el horizonte, despidiéndose
minuto a minuto.
— Somos como un granito de arena.
— ¿Por
qué lo decís?
—
Fíjate —recoge arena entre
sus manos—
— (…)
— ¿No dices nada?
— Es que me quedé pensando, sabes muy bien que
pienso demasiado.
— Lo sé.
— Tienes razón, somos tan pequeños frente a tanta
infinidad.
— ¡Demasiado pequeños! — La fuerte brisa provocó que un mechón de pelo
cubriera parte del rostro de la chica. Se miraron y ella sonrío, acto seguido
la misma sonrisa se calcó en el rostro de Juan.
—
Pero… hay cosas que me hacen sentir como Godzilla.
— ¿Cuáles?
— Estas son un claro ejemplo ¿Dirás que no?
— La de estar mirando el mar, evidentemente.
— Me refiero a nosotros. — La chica apoyó su cabeza en los hombros del
muchacho —
— Cuando estamos juntos todo deja de ser
insignificante.
— Dejamos de ser granitos de arena.
— Si
de algo estoy seguro, es que somos más inmensos que el mar.
El
sol ya estaba oculto, la playa desolada. Ambos pasaron a ser el centro de la
escena iluminados por la luz de la luna, las miradas ancladas al mar, sintiendo
profundamente lo que creían verdadera inmensidad.