DESENCUENTROS
Andar sin vernos por una ciudad, respirando lo toxico del
aire, de un aire por momentos negro del humo del escape de un colectivo, de un
aire que huele a podrido fruto de la acumulación de basura en una esquina,
causa del paro de la empresa recolectora de residuos. Así andamos a contramano,
tu por un lado y yo por el mío. A contramano pisando el charco de una baldosa
floja que acumulo el agua de la lluvia de la noche anterior. La lluvia que te
mojo camino a tu casa, la fría noche de ayer, en la que el viento te voló el
paraguas y saliste corriendo a buscarlo y volviste trayéndolo en la mano, con
las alambres dobladas, refugiándote esas dos cuadras que te separaban de tu
casa, en todo sitio posible. Y yo que pise la baldosa equivocada, la floja de
aquella vereda, la que logro salpicar mi pantalón y me detuvo por unos
instantes a secarlo con el pañuelo que llevaba en mi bolsillo trasero. Ese
freno impidió que llegue a la esquina en el mismo instante que vos pasabas,
cuando te dirigías a la librería en busca de aquel libro que te tenia fascinada
desde hacia días. Y cuando llegue y me debuto el colorado del semáforo solo
quedaba en el aire el aroma a ese perfume que enamoraría a cualquiera,
adolescentes y adultos, niños y ancianos. Aroma que impregno en el aire de la
cuidad por unos segundos una agradable fragancia, antes que la combustión de
los automóviles o el humo del puestito de garrapiñadas que estaba a metros de
ahí lograran que los olores se mezclaran en un todo. En ese momento sentí muy
mío ese aroma, hasta tuve los segundos necesarios para imaginarme la figura de
tal persona. Todo fue un instante y el verde me llevo con el gentío a cruzar la
calle y acercarme a mi oficina, sitio
que me iba a secuestrar y privar por unas horas, hasta las diecisiete horas,
para ser más exactos cuando sea el horario de salida, de quizás encontrarme con
ese alguien. Eran y punto, atrás quedo el saludo a los compañeros de oficina,
la tarde tenia un sol brillante, momento de seguir vagando por las calles hasta
chocarme con ese perfume, pero esta vez no solo con el aroma perdido en el aire
y sin dueño, como algo anónimo y sin paradero, sino con una fragancia
perteneciente a un nombre propio, al de una mujer que vaya a perfumar mis días
de ahora en más.
Gustavo Girardi
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