EDUARDO GALEANO
3/09/1940-13/04/2015
Después me levanté y caminé. Sentía la arena en las plantas de los pies descalzos y
las hojas de los árboles me tocaban la cara. Había salido del hospital hecho un trapo, pero
había salido vivo, y se me importaba un carajo el temblor del mentón y la flojera de las
piernas. Me pellizqué, me reí. No tenía dudas ni miedo. El planeta entero era mi tierra
prometida.
Pensé que conocía unas cuantas historias buenas par a contar a los demás, y descubrí,
o confirmé, que escribir era lo mío. Muchas veces había llegado a convencerme de que
ese oficio solitario no valía la pena si uno lo comparaba, pongamos por caso, con la
militancia o la aventura. Había escrito y publicado mucho, pero me habían faltado huevos
para llegar al fondo de mí y abrirme del todo y darme. Escribir era peligroso, como hacer
el amor cuando se lo hace como debe ser.
Aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había
nacido. Ésa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se
iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido.
Para escribir tenía que mojarme la oreja. Yo sabía. Desafiarme, provocarme, decirme:
"No podes, a que no". Y también sabía que para que nacieran las palabras yo tenía que
cerrar los ojos y pensar intensamente en una mujer. Libro:Días y noches de amor y de guerra.
Texto: Mi segunda muerte fue así
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