viernes, 12 de febrero de 2016

Un 12 de Febrero de 1984 hace treinta y dos años nos decia adios Juio Cortázar.

Uno se duerme; eso es todo. Nadie dirá jamás el instante en que las puertas se abren a los sueños. Aquella noche me dormí como siempre, y tuve como siempre un sueño. Sólo que…
Aquella noche soñé que me sentía muy mal. Que me moría despacio, con cada fibra. Un horrible dolor en el pecho; y cuando respiraba, la cama se convertía en espadas y vidrios. Estaba cubierto de sudor frío, sentía ese espantoso temblor de las piernas que ya una vez, años atrás… Quise gritar, para que me oyeran. Tenía sed, miedo, fiebre; una fiebre de serpiente, viscosa y helada. A lo lejos se oía el canto de un gallo y alguien, desgarradoramente, silbaba en el camino.
Debí soñar mucho tiempo, pero sé que mis ideas se tornaron súbitamente claras y que me incorporé en la oscuridad, temblando todavía bajo la pesadilla. Es inexplicable cómo la vigilia y el ensueño siguen entrelazados en los primeros momentos de un despertar, negándose a separar sus aguas. Me sentía muy mal; no estaba seguro de que aquello me hubiera ocurrido, pero tampoco me era posible suspirar, aliviado, y volver a un sueño ya libre de espantos. Busqué el velador y creo que lo encendí porque los cortinados y el gran armario se anunciaron bruscamente a mis ojos. Tenía la impresión de estar muy pálido. Casi sin saber cómo, me hallé de pie, yendo hacia el espejo del armario con un deseo de mirarme la cara, de alejar el inmediato horror de la pesadilla.
Cuando estuve ante el armario pasaron unos segundos hasta comprender que mi cuerpo no se reflejaba en el espejo. Bien despierto, habría sentido erizárseme el cabello, pero en ese automatismo de todas mis actitudes me pareció simple explicación el hecho de que la puerta del armario estaba cerrada y que, por lo tanto, el ángulo del espejo no alcanzaba a incluirme. Con la mano derecha abrí rápidamente la puerta.
Y entonces me vi, pero no a mí mismo. Es decir, no me vi ante el espejo. Ante el espejo no había nada. Iluminado crudamente por el velador estaba el lecho y mi cuerpo yacía en él, con un brazo desnudo colgando hasta el suelo y la cara blanca, sin sangre.
Creo que grité. Pero mis propias manos ahogaron el alarido. No me atrevía a darme vuelta, a despertar de una vez. Ni siquiera se afirmaba en mi atonía la absurda irrealidad de aquello. De pie frente al espejo que no devolvía mi imagen, seguí mirando lo que había a mi espalda. Comprendiendo, poco a poco, que yo estaba en la cama y que acababa de morir.
La pesadilla… No, no había sido eso. La realidad de la muerte. Pero cómo…


Del Cuento de Julio "Retorno de la noche"
aca completo  http://mirandamolina.tumblr.com/post/23025225635/retorno-de-la-noche-julio-cort%C3%A1zar

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