Fuimos Córdoba por cinco días. Y
cuando ya estas en el aire volando no tenes vuelta atrás, me llevo lo mejor de
la ciudad del cuarteto y el fernet. Fui adoptado por el andar de las calles, me
senté en las plazas a leer, admire el sol y la mujer cordobesa muy bella por
cierto. El jueves me tiraron un guiño vaya a saber de donde, la música me
invito a entrar para beber esa cerveza y comprender de ahí en mas que esos son
los momentos que uno va a recordar por siempre. El recital del viernes me llevo
a otra dimensión, previo a entrar al Orfeo haciendo tiempo o el tiempo haciendo
lo que quería con uno, en una librería vi el nuevo ejemplar de “Historia de
Cronopios y Famas” con esas causalidades que lo tomo en mis manos, leo la
contratapa y después lo abro al azar justo en la hoja del libro donde hacia
referencia a la misma historia contada en la contratapa, pensé así somos los
Cronopios, sonreí y volví a apoyar en libro en su lugar. Dada la hora me dirigí
a entrar al Orfeo, fui a mi lugar y me aplasto ver al gigante, nuevamente
sonreí pero esta vez con mas emoción, con los ojos húmedos, mordiéndome el
labio (cosa que suelo hacer cuando el nivel de felicidad y asombro me desborda)
y de ahí en mas fui capaz de detener el tiempo, no existía nada mas que música,
emoción en ascenso como un avión que despega y nunca parece alcanzar la altura,
llore cuando me sorprendió al cantar “Himno de mi corazón” y cuando pensé que
todo había terminado dos bises mas me volvieron a emocionar, me retire de pie
en un concierto donde me rendí de rodillas al salmón. Salí del recital en una
nube, allí donde me esperan los que se fueron primero, no podía creer lo que
había vivido, comprendí que la eternidad son esos momentos donde uno detiene el
tiempo y es feliz. En el hotel dormí, dormí como cuando uno cierra los ojos
sabiendo que nada, ni nadie puedo sacarnos esa sensación de felicidad plena. El
sábado al día previo a la despedida, solo nos toco descansar para despedirnos
de Córdoba de la mejor manera, y la mejor manera fue rumbear hasta un bar que
me recibió con música de aquellas que nos dejan soñar, tome una cerveza,
maldije no tener hoja y lapicera para escribir, pero ese calorcito, la espuma
de la cerveza y la gente pasar y pasar iba siendo el final, me retiro así, me
guardo el resto de la noche, fuimos a volar y volamos, a soñar y soñamos,
Córdoba fue magia.
Gustavo Girardi
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